Cultura

La Bella Charo

La Bella Charo

Rosario Santin Rodríguez, se convirtió sin querer, en parte de la historia de nuestro pueblo, pasando a ser un auténtico icono y ejemplo del trabajo duro y constante.

Rosario Santin Rodriguez,”La Bella Charo”, nació en 1930 y comenzó a trabajar a los 18 años no abandonando su puesto hasta caer enferma a los 64. Ser sardinera era su vida. Una de sus hijas iba con su madre durante las largas horas de faena. Se escapaba de la escuela y la oía gritar, “sardinas, anchoas…” mientras se le ponían los pelos de punta de la emoción.

Siempre trabajaba con devoción, luchando todos los días a la intemperie y eso le pasó factura. En los últimos años tenía artritis por andar con el hielo y los huesos destrozados del peso, pero tanto ella con las mujeres de su época, se lo tomaban con humor y sacaban el trabajo adelante con honradez.

Su alegría y su reconocido atractivo la convirtieron en modelo para la famosa escultura de la Sardinera que el artista bilbaíno Laucarini instaló en el Paseo de Iparraguirre el 8 de septiembre de 1964, dominando el puerto y todo el Abra. Su marido, Alberto Urrusolo, no quería que posase para la estatua así que, lo hizo a escondidas.

Su osadía y fuerte carácter no era lo único que la caracterizaba, también hacía gala de una fuerte devoción por la Virgen del Carmen, patrona de Santurtzi. Siempre iba a la procesión descalza, como a ella le gustaba.

La Bella Charo estuvo trabajando toda su vida salvando grandes dificultades como cuando en 1988 se enfrentó al Ayuntamiento que pretendía sacar a las sardineras de la calle.

A pesar de que Rosario inició su trabajo en los años cincuenta, no lo finalizó hasta ya entrados los noventa. Cuando lo dejó ejercía la profesión como lo había hecho siempre, aunque para ello tuvo que superar grandes dificultades. Fue una figura muy conocida en el pueblo y aún fuera de él por su movilización en defensa del oficio de sardinera y de la tradicional venta callejera de pescado cuando a finales de los años ochenta el Ayuntamiento decidió prohibirla, queriendo sacar a las sardineras de la calle y metiéndolas en el mercado. Sin embargo, su constancia y naturaleza luchadora hizo que acabase venciendo. Debido a esta fama luchadora y guerrera los medios de comunicación empezaron a interesarse por ella, incluso TVE quería que viajase a Madrid, a lo que ella se negó en rotundo.

Antxon Urrusolo fue quien logró introducirla en la pequeña pantalla al grabar un documental sobre las sardineras con ella como protagonista. «Ella era uno de los personajes más emblemáticos y fue la última auténtica sardinera de las que realmente iban desde Santurce a Bilbao y con la saya remangada».

Urrusolo no sólo la trató en aquel documental. Fruto de la amistad trabada con Rosario en aquella época, más tarde la incorporó a su plantel de actores para el programa de ETB ‘Detrás del sirimiri’. «Era un personaje único, de una naturalidad explosiva, que llenaba la calle con su voz y su gracia», asegura.

Rosario Santín compartió plató con actores como Álex Angulo, César Sarachu (‘Cámera café’), Mariví Bilbao, Itziar Lazkano e incluso Álex de la Iglesia. «Ella hacía de sí misma, sin guión, y a veces nos costaba seguirla. Era pura energía, uno de los personajes de mi vida», admite Urrusolo.

A sus 79 años, Rosario, viuda de Alberto Usubiaga, dejaba tres hijos y diez nietos, aunque también una legión de seguidores que la consideraban un icono y una figura histórica.

FIGURA DE LA SARDINERA EN MOMENTOS ANTERIORES

En la producción pesquera tradicional la mujer aparece desempeñando un papel importante que se proyecta fuera del ámbito doméstico. Ciertos trabajos, sin los que no sería posible completar el proceso de la pesca, dependen de la labor realizada por ellas. Concretamente en nuestro concejo, existieron conserveras, vendedoras de agua y encargadas de la limpieza y preparación de la pesca, rederas y sardineras. Estas últimas son las únicas que continúan ejerciendo su profesión en la actualidad. Podríamos comenzar señalando una primera época, referida a los años veinte y treinta, donde aún la navegación depende de pequeñas velas y del remo. Las embarcaciones más grandes tienen una eslora de ocho o nueve metros, siendo capaces de albergar entre diez y doce hombres. Aquí la mujer, además de trabajos como los propios de la casa, el cuidado de la pequeña huerta y en algunos casos de los animales, tiene que cargar con una parte de la venta del pescado. Las lanchas llegaban a puerto a primera hora. En el barrio de Mamariga, uno de los principales núcleos pescadores del pueblo, desde un lugar prominente denominado «la atalaya», se podían observar las embarcaciones que regresaban al puerto. Cuando éstas volvían con pesca lo indicaban colocando el redeña en posición vertical de manera que fuera bien visible desde lejos. Algunas mujeres vigilaban. A veces tras las indicaciones de los mismos pescadores, calculaban el tiempo en el que más o menos deberían estar de regreso y al ver la señal daban rápidamente la voz de aviso. En cuestión de minutos se bajaba al puerto, donde se preparaba y cargaba la mercancía. A menudo ésta correspondía a la lancha de la que era patrón o en la que faenaba algún miembro de la familia (padre, hermano, marido…), aunque no necesariamente. La venta que no constituye un elemento aislado en sí, se encontraba directamente en conexión con el trabajo realizado en la mar. Era otra parte del proceso que también aparecía regulado por la Cofradía, institución mantenida por los propios pescadores. Antes de que el pescado pasara a manos de las sardineras, debía subastarse públicamente en la venta de dicha institución.

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